© Julia Siles Ortega. 2008
La política del siglo XVI se desarrolla en un marco muy particular: el de la Corte. Es allí donde se mueven todos los hilos del poder político en torno al rey o gobernante. La toma formal de decisiones tiene mucho que ver con «favores» o «castigos»; con la influencia que determinados personajes, nobles o no, tienen en el rey. Hay dos estructuras, la formal y la informal, que interactúan de modo constante para que la política funcione como es debido. La corte no es simplemente una institución: es un modo de vida. Al principio era un conjunto de servidores y criados encargados de custodiar, escoltar, alimentar, vestir y proteger a un príncipe y su familia. Más tarde adquirirá un papel trascendental en la política, porque será en ella donde las influencias informales tendrán un efecto práctico sobre la toma formal de decisiones. Es en el ambiente de la corte donde se encuentran las preferencias, los honores, los dones, los favores, la justicia y su puesta en práctica. Y la del cortesano es la figura más visible en todo este entramado político. El cortesano ideal debe ser inteligente, bien nacido (aunque no necesariamente noble), apuesto, experto en las artes de la guerra, maestro en el arte de la conversación, respetuoso con las damas y dueño de sus emociones. Es importante para el estatus y el honor de un caballero y su familia estar en la corte, vivir en ella, participar de sus dimes y diretes, contar con el favor y la atención del rey; si uno quiere medrar y brillar en la vida, el lugar ideal en el siglo XVI es junto al rey. Perder su favor y ser expulsado trae vergüenza y oprobio al desgraciado que se ve privado del fulgor de ese mundo de oportunidades.
En este siglo no se encuentra en toda Europa nada que pueda ser clasificado o etiquetado como «Estado Nación», concepto implantado en el siglo XIX por los historiadores a propósito de las monarquías dinásticas de los Valois en Francia (1328), los Tudor en Inglaterra (1485) y los Habsburgo en España (1516), pero que no tiene nada que ver con la realidad política del momento. Aunque no puede negarse que estas monarquías hereditarias son las protagonistas, y es alrededor de sus respectivos monarcas que gira toda la política del siglo. Aparte, hay además toda una serie de oligarquías rurales que coexisten con algunas repúblicas dominadas por una única ciudad, aparte de una singular monarquía electiva en Italia: los Estados Pontificios.
Volviendo a las monarquías, la de los Habsburgo es la más poderosa de todas; en buena parte gracias a las conquistas de España en el Nuevo Mundo, pero su inmenso poder se debe sobre todo a los lazos familiares y a las alianzas matrimoniales. Una dinastía representa mucho más que una simple familia; es una colectividad de derechos y títulos hereditarios que trasciende más allá del individuo. El gobierno de estas casas reales es, por lo tanto, muy conservador y muy poco predispuesto a cualquier cambio que altere sus costumbres y su modo de vida.
En la política de este siglo lo que marca la pauta son tres acontecimientos vitales: el nacimiento, el matrimonio y la muerte. El matrimonio es, quizá de todos ellos, el más importante de cara a conseguir acuerdos y tratados políticos por su carácter diplomático. Se concertaba en los consejos dinásticos y ayudaba a reforzar las alianzas entre países. De hecho, el tratado de Cateau-Cambrésis de 1559 quedó sellado por nada menos que tres proposiciones de boda. Estos matrimonios son portadores de honor, estatus, riqueza y herencias, y por lo tanto un «buen matrimonio» lo es todo en esa época. El nacimiento es, asimismo, todo un evento político; el sexo, tema recurrente de la corte; y las noches de boda son públicas; hay que asegurarse de que los reyes consumen el acto sexual y engendren al futuro monarca, que por supuesto ha de ser varón. El nacimiento de una hembra es un fracaso, y un fracaso de la reina. El ejemplo de Enrique VIII es el más representativo del siglo. El problema no residía tanto en concebir como en conseguir llevar a término el embarazo; el riesgo de aborto era lo que más hacía peligrar la continuidad dinástica. Por último, la muerte del monarca representa un momento de transición política, y también es causa de incertidumbre, pues no siempre queda claro qué va a pasar a continuación.
Hay un caso extraordinario de «muerte política», y es la abdicación de Carlos V en 1555, cuando deja la corona en manos de su hijo Felipe II; esta abdicación no tenía precedentes y hubo que improvisar una ceremonia especial para tal ocasión.
En cuanto al consejo real, destacar la participación de la aristocracia en el poder; la pertenencia a estos consejos está condicionada por el rango y el estatus de los futuros miembros. En algunos países católicos, ciertos prelados como el cardenal Wolsey en Inglaterra, se las arreglaron para adquirir un estatus de nobleza y formar parte del círculo más íntimo del rey. Sin embargo, es la aparición de la figura del secretario de estado la auténtica innovación del siglo; originalmente eran notarios cuya función era asistir al príncipe, y habían empezado a desempeñar un importante papel en los estados italianos ya a finales del s. XV.
Estamos ya en una época en que las decisiones tomadas son registradas por escrito cada vez más a menudo, y hechas públicas de modo manuscrito o impreso. La carta va a ser un instrumento clave en los intercambios y acuerdos, y las redes de mensajeros y servicios postales llegarán a ser tan importantes como las guarniciones militares.
En el aspecto financiero cabe subrayar el progresivo endeudamiento de la monarquía; ya en 1557 los Habsburgo no pueden responder a los compromisos contraídos con banqueros genoveses y alemanes. También los Valois se encuentran en una situación apurada. Y a finales de siglo se hacer notar que los gobiernos más poderosos son también los más endeudados.
En cuanto al aspecto militar, Carlos V recomienda buscar la paz, debido al coste excesivo de las guerras; la victoria, de haberla, no compensa el gasto invertido en tal empeño. Por el lado moral, los príncipes se sienten obligados a vivir en paz, pues es ésta una virtud soberana. Pero si hay guerra, la tendencia es subcontratar soldados mercenarios; no obstante, ésta no es una buena solución, pues la lealtad de estos individuos deja mucho que desear, y si no son debidamente recompensados toman represalias, como ocurre en 1527 con los lasquenetes de Carlos V, que saquean Roma, descontentos por no haber recibido su paga.
Por último, y para concluir, decir que el pensamiento político de estos tiempos parece estar dominado por la búsqueda y el uso ilimitado del poder. En 1513, Nicolás Maquiavelo escribe uno de los libros más famosos: El Príncipe, sobre el poder ilimitado, a priori, del monarca. Pero es sobre todo la Reforma protestante, la que va a cambiar el modo en que el pueblo ve la política; en su vertiente más radical, el pensamiento político protestante llegará incluso a justificar el tiranicidio si el monarca no es un buen gobernante para su pueblo. Y ya a finales de siglo, Giovanni Botero publica su Razón de Estado. Obra, muy influyente en su día, que pretende definir el estado como un dominio sobre el pueblo, y la «razón de estado» como la política que aplica normas de prudencia para mantener dicho dominio.
Muy instructivo. Yo soy una negada para todas estas cosas, y sólo de imaginarte escribiendo una historia que transcurre entre intrigas, política, tratados, traiciones y todo lo demás... uf! La admiración que siento por ti adquiere niveles estratosféricos, mi querida Jules.
ResponderEliminarUn beso, escritora fabulosa!
Hola!!
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Un Saludo
Melannie.
Gracias, Bea, preciosa... a veces no me imagino ni yo; he empezado con buen pie, sí, pero no te extrañe que más de una vez sufra bloqueos muy serios, ataques de ansiedad y paranoias de escritor novel metido en camisas de once varas. Pero quien no se arriesga nada consigue; lo escrito es un trabajillo que hice para la UPF en 2008, cuando ya me comía la curiosidad por todo ese mundillo Renacentista, esas cortes fastuosas, esos personajes maquiavélicos... Pronto pondré otro trabajo sobre Enrique VIII, este es un pelín más ambicioso y documentado. Gracias a todos los que hacéis posible mi anhelo de escribir. Un besazo. Y recuerda que tú eres mi musa, no me abandones.
ResponderEliminarMelannie, puedes enlazar mi blog al tuyo tranquilamente y así invitar a todos tus seguidores a que conozcan mi obra; yo, a mi vez, me apunto tu link, te visito, te sigo y te enlazo. Gracias por tu interés. Nos vamos viendo. Besos.
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