Retrato de Maria I by Hans Eworth, 1554. National Portrait Gallery. London

8 de agosto de 2011

Enrique VIII. Juan Carlos Losada



Se divorció de cuatro de sus seis mujeres e hizo ejecutar a tres de ellas, al igual que a varios ministros de su confianza. Reprimió con dureza a católicos y protestantes, a mendigos y brujas. Ningún escrúpulo detuvo a Enrique VIII en su afán por afianzar su poder personal dentro de su reino y frente a las potencias extranjeras, entre ellas el Papado, con el que rompió.


© Texto: Juan Carlos Losada.


Enrique VIII es, sin duda, uno de los personajes más controvertidos de la historia europea del siglo XVI. Escandalizó a sus contemporáneos con su turbulenta vida amorosa, que le llevó a contraer hasta seis matrimonios. También impresionó por sus brotes de autoritarismo e incluso de espíritu sanguinario, del que fueron víctimas en varias ocasiones sus más directos colaboradores. Al mismo tiempo impulsó una decisión trascendental en la historia de Inglaterra: la ruptura de la Corona con la Iglesia de Roma, que abrió el camino a la posterior implantación del protestantismo de Inglaterra. Su acción de gobierno, a lo largo de casi cuatro décadas de reinado, afianzó a su país como una de las monarquías más estables y absolutas de Europa, sentando las bases para que asumiera el papel de gran potencia que desempeñaría en los siglos venideros.

UNA SUCESIÓN INESPERADA
Enrique Tudor vino al mundo en Greenwich, en junio de 1491. Fue el tercer hijo de Enrique VII. Su destino quedó sellado cuando Arturo, su hermano mayor y heredero al trono, murió con sólo 15 años, en 1502, lo que convirtió a Enrique en el nuevo heredero, con el título de príncipe de Gales. Justo entonces se planteó un problema que determinaría la vida y el reinado del futuro Enrique VIII: el de la joven viuda de Arturo, Catalina de Aragón, la hija menor de los Reyes Católicos. El matrimonio no había durado más de cinco meses y la disposición enfermiza de Arturo parece que hizo inviable la consumación del enlace.
Tras no pocas discusiones, los ingleses, con el objetivo de mantener la alianza con España contra la siempre amenazante Francia, hicieron que Catalina se casara con el hermano menor de su primer esposo; un enlace entre cuñados que requirió una dispensa papal, otorgada servicialmente por Julio II. El matrimonio se celebró justo después de que Enrique entrara en posesión del trono inglés a la muerte de su padre. En junio de 1509 ambos eran coronados reyes de Inglaterra en la abadía de Westminster; él tenía 18 años y ella, 23.
Durante su infancia y juventud, Enrique recibió una esmerada educación que hizo de él un auténtico hombre del Renacimiento. Cultivó todas las artes, incluyendo la danza, la música y la poesía, llegó a dominar varios idiomas e incluso profundizó en materias de teología. Enrique fue también un destacado deportista, que despuntaba en los torneos, la equitación, la esgrima y las cacerías. Durante muchos años, los visitantes de su corte elogiaron la prestancia del soberano; en 1532 uno de ellos escribía que el rey tenía «un cuerpo muy bien proporcionado, de estatura alta y un aire de majestad real como no se ha visto en ningún otro soberano desde hace muchos años».
De carácter mucho más enérgico y belicoso que su padre, Enrique encabezó personalmente sus ejércitos en varias ocasiones. También se empeñó en llevar él mismo las riendas del gobierno. Dio de ello una prueba manifiesta apenas accedió al trono, en 1510, cuando ordenó ejecutar a dos de los ministros de su predecesor: Richard Empson y Edmund Dudley, a los que acusó de haberse apropiado de fondos y de una excesiva voracidad en la recaudación de impuestos. Se granjeó, así, la simpatía popular, al tiempo que establecía lo que sería una constante en su reinado: la tensa relación con sus ministros de confianza.
El primero de estos ministros fue Thomas Wolsey. Desde 1511, este jurista y sacerdote, antiguo capellán de Enrique VII, se convirtió en la mano derecha del rey y, en particular, en el arquitecto de la política exterior inglesa de esos años, en la que tejió un hábil juego de alianzas. En un primer momento, Wolsey impulsó una coalición con España, el Papado y el Imperio para atacar al rey francés Luis XII, al que los ingleses derrotaron en la batalla de Guinegatte, en Normandía, en 1513; en ese mismo año también aniquilaron a los escoceses en Flodden, donde murió su rey, Jacobo IV. No obstante, al año siguiente te selló la paz con Francia. Esta política de equilibrio permitió a Inglaterra conseguir una posición de privilegio en la escena europea.
Los méritos de Wolsey fueron recompensados por el rey con el arzobispado de York en 1514 y, al año siguiente, con el puesto de lord canciller, al que se sumó un capelo cardenalicio concedido por el Papa. En 1519, con la elección imperial de Carlos V y el inicio de su rivalidad con el rey francés Francisco I, Enrique VIII se vio cortejado por ambos soberanos, igualmente deseosos de su apoyo; la influencia de Inglaterra en el escenario continental era mayor que nunca.
Pero, pese a estos éxitos en política exterior y su popularidad dentro de sus fronteras, la felicidad de Enrique VIII distaba mucho de ser completa. Desde su matrimonio, Catalina había sufrido el aborto de una niña y la muerte de tres niños, dos a las pocas horas de nacer y otro al cabo de un mes y medio de vida. Sólo en 1516 nacería María, su única hija, que fue prometida al emperador Carlos V. Dos años después, un nuevo hijo varón moriría al poco de nacer. Enrique fue desesperando de que su esposa le diera el ansiado heredero.

DIVORCIO Y CISMA
1491
. Nace en Greenwich, hijo de Enrique VII e Isabel de York. En 1509 se casa con Catalina de Aragón y sube al trono de Inglaterra.
1514. Nombra lord canciller a Thomas Wolsey, quien desde 1526 negocia la anulación del matrimonio del rey con Catalina.
1530. Tras el fracaso de su gestión ante el Papa por el asunto del matrimonio real, Wolsey es destituido. Le sustituye Tomás Moro.
1533. Se casa con Ana Bolena y rompe con el Papado. Cromwell es nombrado ministro. Tomás Moro es ejecutado en 1535.
1536. Tras la ejecución de Ana Bolena se casa con Jane Seymour, madre del futuro Eduardo VI.
1540. Su matrimonio fallido con Ana de Cleves hace que ordene ejecutar a Cromwell. Se casa con Catalina Howard.
1547. Tras un apacible matrimonio con Catalina Parr, muere en el palacio de Whitehall.

UN DIVORCIO DE ESTADO

No es de extrañar esta angustia. De niño, Enrique VIII había vivido los coletazos de las guerras civiles inglesas y creció con la obsesión de consolidar su monarquía, para lo que era imprescindible un heredero varón. No podía imaginar a una mujer desempeñando esa función, como de hecho ocurriría más tarde con sus hijas, María, en 1553, e Isabel, en 1559. Por ello, hacia 1526 empezó a acariciar la idea de separarse de Catalina y contraer un nuevo matrimonio. Ese deseo se fue volviendo cada vez más firme y obsesivo, sin duda estimulado por sus intensas inclinaciones mujeriegas, que le habían llevado a tener numerosas amantes y varios hijos naturales, entre ellos dos varones que, por ser ilegítimos, no podrían nunca sucederle. Finalmente fue una dama de la corte, Ana Bolena, quien lo convenció para que diera el último paso.
Wolsey y otros consejeros enviados a Roma por el rey comenzaron a realizar gestiones ante el papa Clemente VII para obtener la nulidad de su matrimonio con Catalina. El argumento fundamental era que la dispensa de Julio II se había obtenido fraudulentamente y que Catalina había consumado el matrimonio con su primer marido, Arturo, lo que invalidaba el posterior enlace con su cuñado Enrique. Pero el Papa no era partidario de aceptar la petición, sobre todo porque no quería indisponerse con Carlos V, el sobrino de Catalina, cuyas tropas ocuparon Roma en 1527 y lo retenían prácticamente cautivo en el castillo de Sant’ Angelo. Mantuvo, por ello, una posición ambigua: aunque Clemente no rechazaba las peticiones de Enrique VIII, en realidad impedía satisfacerlas.
En Roma se constituyó una comisión para analizar la validez de la bula papal de Julio II. Durante dos años, los argumentos teológicos y jurídicos fueron esgrimidos por los partidarios de Enrique VIII y por los de Catalina, quien se negaba a aceptar el divorcio. En 1529 se hizo evidente que el Papado no iba a aceptar la nulidad matrimonial. Tanto Enrique como Ana Bolena responsabilizaron a Wolsey del fracaso de sus gestiones, por considerar que se había mostrado demasiado sumiso ante el Papa. Wolsey fue privado de sus cargos, y sus bienes expropiados; cada vez más acosado, murió en 1530.

LA ASIMILACIÓN DEL PAÍS DE GALES
Entre 1535 y 1543, una serie de leyes fueron integrando y asimilando el País de Gales en la Corona inglesa. Con ello se creó una sola jurisdicción, y la autonomía de que gozaban los galeses, encabezados por los nobles, fue cercenada. La pretensión de Enrique VIII era unificar el reino para controlar más eficientemente todo el territorio, algo que hay que contemplar dentro del proceso de construcción de la monarquía absoluta. Las élites galesas, a cambio de su colaboración con la Corona, se vieron recompensados con la posibilidad de una mayor integración en la clase dirigente inglesa.
No sucedió lo mismo con la población galesa en general, que vio como el idioma galés quedaba marginado de los asuntos oficiales, públicos y legales, y relegado al ámbito familiar. Este destierro de la lengua autóctona debía acompañarse, como se decía en el preámbulo de la ley de 1535, con la supresión de todas las «costumbres y usos singulares y siniestros» de Gales. Desde entonces, para ejercer un cargo público en Gales sólo se podía hablar inglés. El inglés pasó a ser la lengua de la nobleza y los comerciantes, que también adoptaron la reforma protestante.
Igual pretensión tuvo Enrique en relación con Irlanda, de la que se proclamó rey, pero el hecho de que fuera una isla lejana fue decisivo para que la asimilación fuese menor. De ello es buena muestra la religión, pues los irlandeses basaron en el catolicismo su identidad, y sólo donde hubo un desembarco masivo de ingleses protestantes se produjo la integración con Inglaterra.

ENRIQUE SE ENFRENTA A ROMA
Si Enrique quería casarse con Ana Bolena no le quedaba más remedio que romper formalmente con Roma. Esto es lo que hizo en 1531, cuando fue proclamado por el Parlamento Protector de la Iglesia de Inglaterra y dejó de pagarle al Papado el diezmo acostumbrado. Al año siguiente, Tomás Moro, ilustre jurista y amigo del rey, que había relevado a Wolsey como lord canciller, dimitió por no aceptar el desafío a la Iglesia de Roma, y se retiró de la vida pública. Ofendido, Enrique VIII mandó encerrarlo en la Torre de Londres. Como Moro mantuvo su negativa a aceptar el Acta de Supremacía de 1534, que consagraba al rey como Cabeza Suprema de la Iglesia inglesa, fue decapitado al año siguiente.
Mientras tanto, el rey logró que las autoridades religiosas inglesas fallasen a su favor, sabedoras de que si no lo hacían se enfrentarían a la terrible ira del rey y que, en último término, como le sucedió a Moro, podían acabar bajo el hacha del verdugo. De esta forma, Enrique logró que Thomas Cranmer, el nuevo arzobispo de Canterbury, anulase en 1533 su matrimonio con Catalina y declarase válido el matrimonio secreto que poco antes el rey había contraído con Ana Bolena, ya abierta partidaria de la reforma protestante, a la que el Parlamento proclamó reina. En correspondencia con la nueva situación, Catalina fue desposeída de sus títulos y su hija María pasó a ser considerada ilegítima, siendo reemplazada en la línea de sucesión por Isabel, la hija de Ana Bolena, que nació en septiembre de 1533.
El proceso de ruptura con Roma siguió su curso de forma inexorable. Cuando el Parlamento prohibió las apelaciones a Roma por los tribunales eclesiásticos y aprobó la ya mencionada Acta de Supremacía, el Papa respondió excomulgando al rey inglés en 1534, con lo que el cisma era ya un hecho. En 1535 comenzó la supresión de los monasterios; sus bienes fueron expropiados y vendidos entre la nobleza. Todo ello fue cimentado por una serie de leyes que preveían la pena de muerte para quien cuestionase la autoridad real sobre la Iglesia o la validez del nuevo matrimonio del rey.
De todas formas, a pesar de que la nueva reina era una abierta partidaria de Lutero, ello no suponía que Enrique VIII hubiera abrazado el protestantismo. Desde inicios de su reinado el monarca se había presentado como un ferviente católico y había ordenado quemar por herejes a muchos protestantes. La ruptura con Roma tuvo más razones políticas que doctrinales. Es cierto que en 1536 pareció que Enrique se inclinaba por el luteranismo, influido por su ministro Thomas Cromwell, pero tres años después volvió a la ortodoxia católica, en un claro vaivén que desconcertó a los teólogos. De hecho, no fue hasta el reinado de su hijo y sucesor, Eduardo VI, cuando la reforma protestante se introdujo con fuerza en Inglaterra y de adoptó como religión oficial.

APLASTAMIENTO DE TODA DISIDENCIA
Simultáneamente al debate teológico y doctrinal en el seno de la nueva Iglesia anglicana, Enrique VIII siguió buscando obsesivamente la consolidación de su monarquía. La primera cuestión que se planteó fue de nuevo la del heredero. El hecho de que su nueva esposa le diese otra hija en lugar del ansiado varón fue una fuente más de frustración. La historia se repitió, aunque ahora de forma más trágica. En 1536, Ana Bolena fue declarada tras una farsa de proceso en la que se la acusó de bruja, adúltera e incestuosa. Las causas de su caída en desgracia no están claras; se ha hablado tanto de los delirios del rey como de que con ello buscaba congraciarse con Carlos V. Tras la ejecución, Enrique VIII se casó con Jane Seymour, que le daría su único y esperado hijo, el futuro Eduardo VI. Jane murió días después del parto y el rey ordenó guardar un luto riguroso.
Durante toda la década de 1530, Enrique VIII siguió centralizando su monarquía y controlando con mano cada vez más firme todos los resortes del Estado. Así, unificó formalmente los territorios de Gales e Inglaterra, convirtiéndolos en un solo Estado, al tiempo que se proclamó rey de Irlanda —antes era sólo «Señor» de la isla— y reforzaba su control sobre el territorio. En el ámbito interno, Enrique se esforzó por asegurar el orden público del reino mediante una serie de leyes extraordinariamente rigurosas. Por ejemplo dictó una ley contra los sodomitas que les condenaba a la horca, la Buggery Act, y otra contra la brujería, la Witchcraft Act, que permitía condenar a la hoguera a quien practicase toda actividad que pudiese ser tachada de brujería. Otra ley igualmente severa fue la dirigida contra la mendicidad; sólo podían ejercerla los viejos e incapacitados, aunque con una licencia especial, mientras que las personas jóvenes y sanas, a las que se sorprendiese mendigando, serían apresadas y azotadas hasta sangrar, y luego devueltas a su lugar de origen para que trabajasen. Poco después se endureció todavía más la ley: en caso de reincidencia, el mendigo volvería a ser azotado y se le cortaría media oreja, y si reincidía una tercera vez, el castigo sería la horca.
En teoría, Enrique introdujo todas estas medidas con el permiso y apoyo del Parlamento, pero en la realidad éste estaba totalmente sometido a la voluntad del soberano, que se supo ganar la adhesión de los notables mediante cuantiosas gratificaciones. Era público, además, que quien osara resistir a sus deseos era condenado a muerte y ejecutado sumariamente. De esta manera, combinando cruda represión y persuasión, fue convirtiendo Inglaterra en un Estado cada vez más absoluto, en el que el parlamento era incapaz de negarle nada.
A partir de 1532, la mano derecha del soberano fue Thomas Cromwell. Artífice, entre otras cosas, de la gran operación de disolución de los monasterios y abadías ingleses, acumuló cada vez más poder e influencia. Pero un nuevo embrollo matrimonial del rey causaría su perdición. En efecto, tras la muerte de Jane Seymour, Cromwell propuso a Enrique que se casase con Ana de Cleves, una noble católica que era hermana de uno de los príncipes alemanes más decididos partidarios del luteranismo, el duque de Cleves. Cromwell nunca se declaró formalmente protestante (de hecho, murió como católico), pero había favorecido y fomentado la difusión del pensamiento luterano en Inglaterra y creyó que la alianza con un significado noble alemán reformista podría incrementar la influencia de la monarquía inglesa. Sin duda también pensaba que su propia situación personal en la corte resultaría beneficiada.
Se encargó al pintor de la corte Hans Holbein el Joven hacer un retrato de la dama, pintura que, sin duda, resultó demasiado favorecedora. Lo cierto es que cuando la princesa llegó a Inglaterra, Enrique VIII la encontró horriblemente fea, además de inculta e incapaz de hablar el inglés. Aunque ambos se casaron en enero de 1540, el matrimonio no se consumó. Rápidamente se vio que el enlace había sido un mal negocio también en términos políticos, pues el duque de Cleves estaba en disputa con el emperador Carlos V y a Enrique no le interesaba mezclarse en el conflicto. Así, el rey ordenó el inicio del proceso de nulidad matrimonial, y como Ana no se opuso y aceptó que el matrimonio no se había consumado se pudo retirar en paz.
No sucedió lo mismo con el urdidor de la trama, Thomas Cromwell, que fue condenado por traición y decapitado en la Torre de Londres. Al igual que había hecho con Tomás Moro, el monarca ordenó que hirvieran la cabeza de su ministro y que la expusieran empalada en el Puente de Londres. La caída en desgracia de Cromwell supuso una cierta vuelta de Enrique a la ortodoxia católica —aunque no a la obediencia a Roma ni a la restauración de los bienes eclesiásticos—, así como una oleada de persecución contra los protestantes.

LA ÚLTIMA VÍCTIMA DEL REY
Con un parlamento domesticado, las arcas bien repletas por la expropiación de los bienes de la Iglesia, una maquinaria represiva perfectamente engrasada y una nobleza atemorizada, el poder de la monarquía inglesa se fue haciendo cada vez más incontestable y se asentó como una de las coronas más fuertes de su época.
El mismo día de la ejecución de Cromwell, Enrique VIII se volvía a casar con una joven llamada Catalina Howard, prima de Ana Bolena. Pero enseguida se descubrió que la dama, disgustada por la convivencia con un marido mucho mayor que ella y terriblemente obeso, mantenía relaciones adúlteras con un joven cortesano y que, en el pasado, también había intimado con otro noble al que seguía frecuentando. El resultado fue la inmediata ejecución de los dos hombres en 1541, y la de Catalina un año después, tras ser anulado su matrimonio; tenía tan sólo 18 años.
En 1543, Enrique VIII se casó con su última mujer, una viuda llamada Catalina Parr. Catalina era oficialmente protestante, por lo que discutía frecuentemente con Enrique, que seguía manifestándose católico. Pese a ello, sus relaciones fueron apacibles y la nueva esposa incluso medió para que Enrique acogiese de nuevo a sus dos hijas, María e Isabel. Pese a que ambas eran legalmente ilegítimas, Catalina logró que fuesen situadas en la línea sucesoria tras el heredero al trono, Eduardo.
Enrique VIII falleció en enero de 1547. En los últimos años padeció gota y escorbuto así como una extrema obesidad. Durante un torneo sufrió, asimismo, una herida en una pierna que al final se ulceró, lo que posiblemente aceleró su muerte. Fue enterrado junto a su esposa Jane Seymour, la madre de su tan anhelado heredero varón. Los tres hijos que le sobrevivieron, nacidos dentro del matrimonio, aunque de diferentes esposas —Eduardo, María e Isabel—, reinarían en Inglaterra durante el siguiente medio siglo. Pero ninguno de ellos tuvo descendencia, por lo que la turbulenta historia de la dinastía de los Tudor llegó a su fin en 1603, con la muerte de Isabel I.

UNA FIESTA POR TODO LO ALTO
En junio de 1520 Enrique VIII se trasladó a Calais, entonces posesión inglesa, para celebrar en sus inmediaciones una entrevista con Francisco I de Francia. El motivo del encuentro era concluir una alianza entre los dos países, pero los reyes, ambos veinteañeros, aprovecharon la ocasión para organizar unos festejos que pronto se hicieron legendarios. El Campo del Paño de Oro, como se denominó, reunió a 6.000 nobles y caballeros, que durante tres semanas se entregaron a todo tipo de diversiones cortesanas.

ENRIQUE VIII Y SUS MINISTROS
El reinado de Enrique VIII permitió a varios políticos de origen humilde escalar hasta las más altas posiciones de poder. Uno de ellos, Wolsey, se hizo construir el soberbio palacio de Hampton Court, que luego regaló al rey. THOMAS WOLSEY, LA MANO DERECHA DEL JOVEN REY. En los primeros veinte años del reinado de Enrique VIII, Thomas Wolsey llevó toda la carga del gobierno. De orígenes modestos, hizo carrera en la Iglesia hasta ser nombrado limosnero del rey, lo que le dio entrada en el Consejo Privado. Los historiadores han demostrado que hizo todo lo que estuvo en su mano para lograr la anulación del matrimonio de su soberano con Catalina de Aragón, pero ello no evitó que se ganara la inquina de Ana Bolena, que provocó su caída en desgracia en 1529. THOMAS MORE, UN HUMANISTA INSOBORNABLE. Las cualidades de Thomas More como humanista y honrado funcionario llevaron a Enrique VIII a incorporarlo a su servicio en 1517. Tras ejercer misiones diplomáticas y ocupar la presidencia del Parlamento, en 1529 More fue nombrado lord canciller. Años antes él y el rey habían publicado una airada refutación de la doctrina de Lutero, pero la cuestión del matrimonio con Catalina los enemistó. Cuando More se negó a reconocer a Ana Bolena como reina, Enrique VIII hizo que lo ejecutaran como traidor, en 1535. THOMAS CROMWELL, PREMIADO CON EL CADALSO. Como su protector Wolsey, Thomas Cromwell era de familia humilde y tuvo una juventud aventurera. Se ganó el favor de Enrique VIII gracias a sus dotes de financiero y administrador y a su disposición para encargarse del trabajo sucio, por ejemplo en la campaña de supresión de los monasterios. Dominó la corte entre 1532 y 1540, pero el fiasco del matrimonio del rey con Ana de Cleves sirvió de pretexto a sus enemigos para desacreditarlo ante Enrique, quien lo hizo ejecutar en la Torre de Londres en 1540. THOMAS CRANMER, PADRE DE LA REFORMA ANGLICANA. Antiguo profesor de teología en Cambridge, Cranmer participó en algunas misiones diplomáticas para Enrique VIII, en las que trabó contacto con el movimiento protestante. Cuando el rey inglés lo nombró arzobispo de Canterbury en 1534, Cranmer era partidario resuelto de la ruptura con Roma y apoyó, por tanto, al rey en el asunto de la anulación del matrimonio real. Dio un gran impulso a la introducción de la Reforma durante el reinado de Eduardo VI, lo que le costó ser ejecutado bajo la católica María I. EL CONDE DE HERTFORD, EL REGENTE REFORMADOR. Tras la ejecución de Cromwell, Enrique VIII no quiso depender de ningún gran ministro dominante y se esforzó por gobernar en solitario. Pero en vísperas de su muerte su corte estaba dominada por las luchas entre bandos de la nobleza. La figura preponderante acabó siendo Edward Seymour, conde de Hertford, hermano mayor de la tercera esposa del soberano y, por tanto, tío del heredero. Bajo Eduardo VI se convirtió en presidente del Consejo de Regencia e impulsó la plena adopción de la Reforma.

EL PADRE DE LA ARMADA BRITÁNICA
La transformación de Inglaterra en una gran potencia tuvo su origen en la creación de un ejército y una armada capaces de intervenir con éxito en las guerras. Enrique VIII erigió defensas en sus costas para evitar una posible invasión francesa, empleó un poderoso contingente de soldados, muchos de ellos mercenarios españoles, lo que le permitió mantener un ejército en constante pie de guerra contra Francia y Escocia, y creó una flota de asalto y transporte. Todo ello gracias al dinero procedente de la expropiación de los bienes eclesiásticos.
Especialmente caros eran los enormes barcos de guerra que se botaron a principios del siglo XVI. Entre ellos destacaban el Henry Grace a Dieu, de 1.000 toneladas, y el Mary Rose, de 600 toneladas y 78 cañones. Nunca hasta entonces los navíos habían contado con tan gran dotación artillera, ejemplo de la importancia que el rey daba a poder disponer de buques bien armados.
No obstante, eran naves pesadas, poco manejables y más diseñadas para asaltar costas que para combatir en alta mar, ya que no resistían bien las tormentas y se hundían con facilidad. Pero pronto se introdujeron cambios de diseño que acabarían convirtiendo, al cabo de pocas décadas, a la marina inglesa en la mayor del mundo. Cuando murió Enrique VIII, la Royal Navy ya disponía de 53 navíos. En el marco de esta política exterior, tendente a romper el aislamiento insular, en 1512 se fundó uno de los pilares de la futura expansión británica: el Almirantazgo. ■

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